La etiqueta es un factor fundamental en el aspecto de un envase para llamar la atención de un cliente que, en muchas ocasiones, carece de información previa sobre el producto que está buscando. Porque la etiqueta de la botella de vino es la tarjeta de presentación de la bodega. En ella informa de las características de un determinado vino: su graduación alcohólica, variedades, marca, indicación de calidad o lugar de elaboración.
Hay quien sostiene que la apariencia de la etiqueta y de la botella en general es un factor determinante en la percepción sensorial que el consumidor tiene al degustar el producto.
El enólogo no sólo debe esmerarse en la consecución del vino de sus sueños, sino que tiene que conocer los secretos para transmitir al público esa ilusión depositada durante meses (incluso años) de duro trabajo.
Además, aporta buena parte de la personalidad del vino. Si pensamos en las demandas de un nuevo consumidor, que se enfrenta en los centros comerciales o vinerías especializadas con estanterías repletas y centenares de referencias, la etiqueta de la botella (así como la botella misma) es la carta de presentación, la primera impresión que obtiene el consumidor ante un producto que desconoce.
Y primera impresión, solamente hay una.
Vistiendo la botella.
Las etiquetas del vino, en muchos casos objetos de culto para coleccionistas, también sufren los cambios de modas y los cambios de tendencias.
Muchas ya incorporan elementos visuales procedentes de diversos estilos y manifestaciones artísticas, y en algunos casos su diseño y confección está respaldada por meses de trabajo. Sin duda, el papel de las nuevas generaciones de enólogos está siendo fundamental a la hora de romper definitivamente con los viejos prejuicios. Y no debemos olvidar la creciente demanda de etiquetas personalizadas para regalar en actos sociales y reuniones familiares.
El uso de las nuevas tecnologías llevó incluso a la fabricación de las etiquetas parlantes, auténticos sumilleres electrónicos (en realidad se trata de un chip implantado en la botella) que informa al consumidor de todo lo que necesita saber sobre el vino que tiene entre manos. En algunos casos, incluso tienen grabadas piezas musicales, aunque estos dispositivos no han tenido demasiada aceptación en los mercados.
En general a los vinos de crianza se les busca dar una estética más clásica, y a vinos jóvenes o varietales, estéticas más vanguardistas y atrevidas.
En definitiva: las etiquetas (y contraetiquetas) constituyen uno de los elementos más importantes en la diferenciación del vino, ya que junto con la botella, constituyen los referentes estéticos que pueden ayudar a la bodega a posicionar sus vinos en el mercado, facilitando el recuerdo.
Diferentes corrientes a la hora de etiquetar un vino.
Un estudio llevado a cabo por Emmanuelle Rouzet and Gérard Seguin en el año 2004, diferencia tres corrientes a la hora de hacer una etiqueta de vino.
Etiquetas tradicionales o de ‘nobleza’.
En esta corriente, encontramos vinos que en sus etiquetas apelan a raíces “nobles”. Con ello tratan de situarse por encima del resto de vinos comercializados, basándose en el posicionamiento de jerarquías que antiguamente tenían los títulos y símbolos nobiliarios.
La idea que subyace en esta corriente es que el poder de elaborar un buen vino lo da la historia de una familia, su origen noble, su patrimonio de viñedo, etc., por lo que es habitual la utilización de títulos nobiliarios (marqués, conde, etc.), blasones o escudos familiares, junto con imágenes de caserones, palacios, castillos o fortalezas.
Etiquetas que remarcan la exclusividad artesanal (y el valor de la naturaleza).
En esta corriente, los elementos de identidad tienen una expresión asociada al valor de la tradición, el cultivo y la elaboración artesanal.
Las alusiones a la viña o a los valles, con imágenes de cepas, plantaciones, colores cálidos, naturales, textos que simulan hechos a mano, son habituales.
Etiquetas que buscan la notoriedad.
En esta corriente adquiere gran importancia la imagen, el diseño y la comunicación.
Suelen utilizarse semánticas complicadas, combinaciones irregulares de diseños y colores, y tecnologías de impresión y serigrafías modernas. Todo esto justifica un halo de exclusividad, originalidad y autenticidad que se pretende transmitir al consumidor.
Según un estudio realizado en la Universidad de California por Claire A. Boudreaux and Stephen E. Palmer en 2007, tras analizar la influencia del diseño de las etiquetas (color, imágenes utilizadas, textos etc.), concluyen que existe una influencia clara de las mismas sobre la personalidad percibida de la marca y sobre la intención directa de comprar el vino.
La etiqueta de vino se convierte entonces en algo más que un simple vestido en la botella. En algo más que la información del caldo embotellado que espera a que lo probemos. Puede ser el catalizador que incentive al consumidor a comprar un producto, la motivación para fijar la vista en una determinada botella, rodeada de muchas otras en una estantería. Es el reflejo del esmero y la pasión con la que un winemaker elabora su obra.
Y si bien no es fácil que, a un simple golpe de vista, una etiqueta nos muestre la historia detrás de un vino, si es vital que sepa transmitirnos el esmero del enólogo y la dedicación de la bodega en el producto que queremos comprar.
*Artículo extraído de www.gastrozine.com